Mi alma lleva escrita en la sangre la vocación innata y natural de la reconexión del ser humano con su Esencia Divina. En mi infancia, hasta los 8 años, vivía en un estado de unicidad absoluto. Mi mente no concebía separación ninguna. Me sentía UNA con la naturaleza, con el cosmos, con los animales, con las estrellas, y con la humanidad entera. Mi conciencia no podía dividir clases sociales, religiones, ni credos. Pues lo veía y sentía todo como una unidad indivisible. Se podría decir entonces, que vivía en un estado nirvánico de beatitud y plenitud inconmensurable.
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